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Ahora nos hablan de una nueva normalidad. Digamos que nos preparan para la que se nos viene encima. Las empresas han descubierto el teletrabajo, y los teletrabajadores ya están descubriendo -no sé si al Mago Pop o a Juan Tamariz, pero- que les han movido la bolita.

La nueva normalidad ya está aquí, ya ha llegado. Ya se ha quedado entre nosotros, y trae muchas más cosas que el teletrabajo. Ya han desparecido muchas cosas, y han aparecido otras.

Aparecido, por ejemplo, las consultas telefónicas con el médico. Si tiene tos marque 1, si le duele la barriga marque 9. Bizum y “su gestor personal digital”.

Desaparecido, los probadores en las tiendas. Puede consultar en la App nuestro catálogo y comprar on-line, ¡dedique ese tiempo a sus hobbies! Desaparecidos billetes y monedas, y no haga colas a la puerta del Banco, ¡aproveche su tiempo buscando un buen plan de pensiones en nuestra web!

Desaparecido: abrazos, besos. Skype. La carta del restaurante, ahora en códigos QR.

Aparecido: Zoom, abrazos virtuales, ver a los nietos por videollamada de WhatsApp. Y, por favor, sea socialmente responsable, mascarilla y distanciamiento social, ¡por favor! ¿Alguien cree que el miedo no ha llegado para quedarse?

Tras esta nueva crisis llegó la oportunidad de demostrar nuestra gran…, ¿qué, auto-flexibilidad? Ahora es la palabra de moda. Esa y la de reinventarse cada día. Y es bien cierto que las vamos a necesitar. ¡No lo sabemos bien!

Y, como que eso del hambre, no… No pareciese que vaya a estar ahí.

Las colas del hambre siempre han estado ahí. Con cada crisis aumentan. Con cada crisis los ricos son más ricos y los pobres son más, numéricamente; y además son más pobres, económicamente.

Pero algo sucede para que cuando no quieren que las veamos no las vemos. Y cuando quieren que las veamos, vaya que si las vemos.

¿Hay alguien que no haya visto las colas del hambre de Aluche? Unos vecinos del madrileño barrio de Aluche han montado un particular banco de alimentos y están cuidándose de atender a otros vecinos que están en dificultades. Simple solidaridad. Loable. Necesario. Pero no nuevo. Si alguien no había descubierto el hambre a su alrededor… Vinieron las televisiones y, ¡oh, se lo enseñaron!

Desde que yo recuerde, esas cosas, de una forma o de otra, se han hecho siempre. Es más, cuanto más humildes éramos socialmente, más solidaridad había entre vecinos. Institucionalmente, en tiempos se llamó Auxilio Social. Hubo y hay albergues, comedores sociales, y de la mano de la iglesia católica Cáritas, Mensajeros de la Paz, etc. Desde la reanudación del movimiento evangélico en España, en la segunda mitad del XIX, las iglesias evangélicas atendieron directamente con escuelas, atención sanitaria, repartos de alimentos, etc. Desde el último tercio del siglo XX, con las nuevas leyes que trascendieron de la simple tolerancia al reconocimiento de las distintas confesiones, funcionan instituciones como Betel, Reto a la Esperanza, Ejército de Salvación, Diaconía, Remar, las Misiones Urbanas de España, por citar las más representativas. A nivel más pequeño, el mundo evangélico está repleto de Obra Social en la mayor parte de iglesias locales, plagado de entidades de ámbito reducido o local, pero que demuestran una gran eficiencia; por citar una, el restaurante IMPERFECT, en Castelldefels, pero hay muchísimas más.

Y, como que eso del hambre… va a seguir estando ahí.

La televisión, a veces, visibiliza las cosas cuando conviene y cuando no, no. Las televisiones ni son inocentes ni son culpables, de todo. Aunque, como se suele decir, unas más que otras. La cuestión es a quién le conviene, y por qué le conviene. Por qué ahora, y por qué no antes. Por qué estas colas, y por qué no otras.

Quien llamase a las televisiones para ir a grabar las colas del hambre de Aluche, puede que haya hecho un gran favor a nuestra sociedad llamando su atención, animando a la solidaridad. Pero no tengo tan claro que se haya hecho el favor a los que estaban en la cola. Puede que alguien quiera manipular el hambre, y puede que no. Piense cada cual. Pero la historia ha demostrado que el hambre ha hecho grandes fortunas. Que hay gente que juega con el hambre y gana, es un hecho. La ganancia no tiene porqué ser siempre de dinero. O sí.

Y, como que eso del hambre… ¿jugar con el hambre?

En las grandes crisis, ya lo vimos en 2008 y siguientes (hasta 2013 más menos), los llamados nuevos pobres, los de baja clase media que han descendido un escalón, son los que peor lo pasan porque no han aprendido “todavía” a pasar necesidad, a pedir ayuda, a ponerse a una cola, en una palabra, a dejarse ver a la puerta de un comedor social esperando que le toque la vez, con la consiguiente vergüenza social. Ridícula sensación de sentirse ridículo. Culpable de su estado y circunstancia como si él solo tuviese la culpa de todo lo que le está pasando.

Hay mucha gente haciendo colas del hambre desde hace muchos años, invisibilizados. Si viviésemos en la India, alguno hablaría de la casta de los intocables o, peor aún, de la de los invisibles, que era mucho más terrible. Gracias a Dios, no estamos allí. Gracias a Dios ni son invisibles para Dios, ni lo son para sus hijos. Gracias a Dios que mueve conciencias. Que el Espíritu de Dios despierta nuestros corazones cada mañana con todo aquello que necesitamos para creerle, para seguirle, para adorarle, para obedecerle, para hacer las obras que nos tiene preparadas de antemano para hacer.

Para hacer esa obra no son imprescindibles las colas, tampoco son prácticas, y menos incluso en tiempos de esta pandemia, por eso algunos las evitamos siempre. Tampoco hace falta dar bombo y platillo. Dar plato, sí. ¿Dar algo más?, si se puede, también. Si cabe una palabra de interés, de amistad, de consuelo, de esperanza, de empatía, de respeto, de devolver dignidad a la persona, por supuesto que sí.

Quién es nuestro modelo. Mateo 14:19-20 dice: Entonces mandó a la gente recostarse sobre la hierba; y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, doce cestas llenas.

La pregunta no puede ser cuál es nuestro modelo, fracasaríamos con absoluta seguridad. La pregunta tiene que ser quién es nuestro modelo. El resultado está garantizado.

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