Treinta y tres son los días que van del 22 de junio al 25 de julio.
El 22 de junio, acabado el estado de alarma, decayó con él el confinamiento que impedía la libre circulación por todos los territorios.
El 25 de julio, la TUI, agencia de vacaciones británica, cancelaba sus reservas y viajes a España, como consecuencia de la orden del gobierno de Boris Johnson (precisamente de él, manda narices) de imponer cuarentena a todas las personas que lleguen al Reino Unido desde España. Un par de días antes, el primer ministro francés había recomendado vivamente no viajar a Cataluña. Y algunos de nuestros amigos frugales europeos también hacen recomendaciones semejantes con especial mención a Lérida y Zaragoza.
La ansiada recuperación económica española ya venía muy debilitada por el comprensible miedo de muchas personas, los mayores principalmente, a salir a la calle, a ir a los bares, a sentarse en las terrazas, a ir a hoteles, a reservar vacaciones, a meterse en las grandes superficies, a comprar ropa o calzado, a hacer reformas en el interior de sus casas, a cambiar los muebles, a cambiar de coche, en definitiva a volver a cambiar otra vez sus vidas.
Es posible que ese sentimiento de una población envejecida española no sea muy distinto del de la europea. De momento en las playas, sede de nuestra industria básica, se ven pocos extranjeros y menos aun mayores. Y los propios nacionales también están tardando en llegar, con la consiguiente desesperación de comerciantes y hosteleros.